¿Qué piensa la sociedad sobre el futuro?
El encuentro entre una noción extendida de bienestar y la crisis climática nos ayuda a entender mejor la multidimensionalidad de ambas cuestiones. También a identificar las estrategias más prometedoras para incrementar simultáneamente el bienestar de los ciudadanos, y enfrentarse a las causas y consecuencias del cambio climático antropogénico. Lo entenderemos mejor mediante el ejemplo de las walkable cities, como Pontevedra, una transformación urbana que “multisoluciona” problemas de salud física y mental, de relaciones entre vecinos, y muchos otros, todo ello haciendo que el tejido comercial local florezca.
Comencemos por el bienestar, que a veces aparece reducido a la renta disponible o la capacidad de consumo, pero que es algo mucho más complejo, con múltiples capas. De hecho, en la literatura en inglés se emplean para describirlo términos relacionados pero con matices distintos, como el welfare, cuya garantía sería la tarea del “estado del bienestar”, dentro del cual los ciudadanos incrementarían su well-being, a través quizá de prácticas de wellness, e incluso a través del buen vivir, escrito así, en español, porque llega al debate internacional desde tradiciones y saberes andinos, como el quechua Sumak Kawsay, o el aymara Suma Qamaña: algo así como “vida en plenitud”.
Entre las diversas dimensiones que componen el bienestar podemos distinguir las hedónicas y las eudamónicas. Las primeras se centran en la obtención de placer y la evitación del dolor, enfatizando los factores afectivos, las emociones positivas (satisfacción, disfrute), y cómo se evalúan cognitivamente. Las segundas se enfocan, por su parte, en la realización personal, el sentido y el propósito en la vida. Un segundo eje nos llevaría a distinguir factores subjetivos y objetivos en el bienestar. Sin duda hay condiciones externas y medibles para ese bienestar, como la renta per cápita y su distribución, el consumo o la riqueza, que nos aportan bienes tangibles e intangibles como la vivienda, el empleo, la seguridad o las instalaciones y profesionales que cuidan nuestra salud física y mental. Pero parece también clave entender de qué modo apreciamos subjetivamente estos bienes y capacidades. Por último, es importante no quedarse en el nivel puramente individual: la calidad de nuestras relaciones, las conexiones sociales, todo lo que nos aporta la comunidad forma parte central de esa ecuación compleja del bienestar.
La idea de wellness describe los procesos activos que nos llevarían a alcanzar esos estados y factores de bienestar, a través de acciones conscientemente tomadas por los individuos: actividad física regular, una alimentación cuidada, descanso, gestión del estrés, etcétera. De nuevo es importante no reducirlos a una sola dimensión: el bienestar perseguido a través del wellness es físico, pero también social, comunitario, económico, y de realización en el mundo del trabajo.
El concepto de raíces indígenas del “buen vivir”, “buenos vivires”, o “buenos convivires”, nos lleva aún más lejos de la unidimensionalidad, incorporando perspectivas biocéntricas y de armonía con la naturaleza, o mejor con esa comunidad ampliada de seres vivos en la Madre Tierra, la Pachamama. Añade también la centralidad de la comunidad y la colectividad: el buen vivir sólo puede alcanzarse a través de la solidaridad, la reciprocidad, y el trabajo común en pos del bien común. Esta perspectiva supone también una crítica del modelo materialista y extractivista de desarrollo.
Desde estas visiones extendidas del bienestar, se entiende fácilmente que éste se vea íntima e intensamente afectado por un fenómeno como la crisis climática, que impacta y desborda todos los ámbitos mencionados de forma transversal y creciente. No vamos a detallar cómo el calor extremo, por ejemplo, hace descender la productividad de los trabajadores, aumenta el gasto sanitario, incrementa la agresividad, reduce las funciones cognitivas o aumenta la mortalidad debida a las enfermedades cardiovasculares. Las sequías, las inundaciones, los incendios forestales, todo ello hace mucho más difícil conseguir el bienestar, ya sea a través de las prácticas individuales del wellness como las más colectivas de buen vivir. Además, hacen mucho más difícil que puedan operar normalmente las redes e instituciones de protección y recuperación, como los seguros.
Es entendible que aquellos que se ven expuestos a fenómenos climáticos extremos, que la crisis climática hace más frecuentes y graves, sufran tasas significativamente más altas de trastornos de estrés postraumático, depresión o adicciones. Subrayaremos aquí tan solo los impactos más sutiles y generalizados de la crisis climática en la psicología, y por consiguiente en el bienestar, especialmente de los jóvenes, a través de tres fenómenos: el de la ecoansiedad, ese temor crónico a la catástrofe ambiental, y sus correlatos de ansiedad y estrés; la solastalgia, la desolación y el malestar causado por la pérdida o degradación de nuestro entorno, una extraña nostalgia por un hogar que uno no ha abandonado, pero que siente perdido; y el duelo ecológico ante la extinción de especies y el colapso de ecosistemas enteros.
Como vemos, la crisis climática impacta a la vez en múltiples áreas de nuestro bienestar, y precisamente por ello quizá la mejor estrategia para enfrentarla ponga el foco en intervenciones que tienen múltiples efectos beneficiosos simultáneamente. Es lo que Elizabeth Sawin denomina multisolving, o cómo una única inversión en tiempo, dinero, recursos o energía puede dirigirse a solventar simultáneamente varios problemas.
Un ejemplo sería un urbanismo capaz de generar ciudades “caminables”, como el caso de Vitoria o Logroño; aunque aquí destacaremos el llamado “modelo Pontevedra”, precisamente por su apuesta por intervenciones que impactan en el bienestar de sus ciudadanos entendido de manera extendida. Para empezar, es evidente que la reducción del tráfico rodado reduce el consumo de combustibles fósiles (dos tercios en el caso de Pontevedra) y las emisiones de gases. Pero también reduce formas de contaminación menos conocidas, pero con impactos enormes en la salud humana y de los ecosistemas en general, como es la derivada de la degradación de los neumáticos (que también afecta a los vehículos eléctricos, por cierto). Se estima que el 78 por ciento de los microplásticos que llegan a los océanos son partículas de las gomas sintetizadas a partir del petróleo.
La movilidad sostenible de estas ciudades caminables facilita también que las oportunidades de acceder a las distintas zonas de la ciudad y sus servicios sea más segura e igualitaria, tanto en términos socioeconómicos como para distintos grupos de edad (de hecho, se inspira en la “ciudad de los niños” del pedagogo Tonucci). La consolidación de hábitos saludables, integrados en los desplazamientos cotidianos a pie, tiene efectos también múltiples en indicadores como el Índice de Masa Corporal, la tensión arterial, y las tasas de personas afectadas de diabetes o enfermedades respiratorias como el asma infantil.
Vemos que los impactos positivos de estas intervenciones “multisolucionadoras” se refuerzan y multiplican entre sí. Por ejemplo, estos vecindarios más amables para los peatones impulsan la conexión social y el sentido de comunidad, lo que contribuye a mejorar la salud mental, mientras que reduce factores como el agresivo ruido del tráfico (cuyos impactos, especialmente en los niños, en la salud física y mental son también devastadores). Estas ciudades ofrecen a sus habitantes múltiples ocasiones para ser caminadas, mediante aceras seguras y amplias, la mezcla de usos de sus barrios, zonas verdes y parques, y buenas redes de transporte público, junto con diseños urbanos específicos para la pacificación (o limitación parcial o total) del tráfico rodado. Todo ello facilita el acceso a un tejido comercial activo, que forma parte del paisaje urbano.
El bienestar requiere conjugar múltiples factores, individuales y colectivos, subjetivos y objetivos, físicos e intangibles. La crisis climática impacta en todos ellos, y por ello necesitamos priorizar estrategias capaces de mejorar a la vez nuestra vida en todas esas dimensiones.